lunes, 29 de octubre de 2007

Cómo ganar unas elecciones

Artículo de Alfonso Goñi* publicado en el diario Levante (29/10/2007)

En el mes de agosto presentó su forzada dimisión Karl Rove, el principal asesor y estratega político del presidente Bush, el cerebro gris, el ideólogo de la maquinaria que lo llevó a la elección y reelec­ción como presidente. Gran conocedor de las debilidades y fortalezas políticas del adversario y experto en la interpretación de encuestas y en la movilización y radicalización de sus votantes.

Como ideólogo neocon pasará a la historia por desdeñar el centro político, el mensaje conciliador, el captar los votos de electores cuya posición política dependía y se alternaba en función de los programas, el carisma y la confianza de los candidatos. Como explica José María Ridao, su estrategia política partía del principio de la claridad moral, de la eliminación de los matices entre el bien y el mal considerados siempre co­mo absolutos entre amigos y enemigos. Dirigió la movilización de sus propios votantes poniendo a los electores frente a una disyuntiva radical -o conmigo o contra mí- con mensajes y conceptos simples y claros que reducían la capacidad de ofrecer alternativas a los considerados enemigos y no simplemente adversarios políticos.

Su legado es una radicalización so­cial que hoy parece consustancial a nuestras sociedades democráticas, pero que es ficticia y producto de una estrategia de partido para hacerse con el poder y conservarlo en sus administradores naturales, salvaguardando y bautizando a una élite social como una élite natural; es y ha sido ampliamente secundado por la disciplinada derecha española ya en la segunda legislatura de Aznar y especialmente en su oposición de estos cuatro años al Gobierno Zapatero: el no reconocimiento de la derrota electoral del 14-M, la duda permanente sobre los autores del 11-M, el enfrentamiento entre el Estado y las comunidades autónomas y entre ellas por la posesión del agua, o la descalificación perversa del adversario por su supuesta radicalidad en el cumplimiento de un programa electoral con el que ganaron las votaciones y que debería ser un principio elemental en cualquier partido político.

Su magisterio a los discípulos españoles sobre la percepción de la rea­lidad en los términos político-lingüísticos más favorables y más perjudiciales para el contrario ha abierto una intensa controversia sobre el lenguaje y la comunicación en el debate político y en los procesos electorales.

Mensajes redondos y rotundos, incuestionables e incontestables, que, como analiza Javier Valenzue­la, tratan de dar a los hechos una interpretación determinada, que en la mayoría de los casos puede llegar a la pura y simple manipulación. Los denominados spin doctors son aquellos que consiguen que los medios de comunicación transmitan a la opinión pública una lectura de la realidad que ellos han cocinado en sus laboratorios, una interpretación favorable a quien la emite y desfavorable a sus rivales.

No se trata de que las noticias sean verdaderas o falsas, sino que incluso las que tienen algún fundamento real están sacadas de su contexto, tergiversadas y magnificadas hasta la más absoluta exageración: «España se rompe», «de rodillas ante ETA», «desprecio a las víctimas del terrorismo», «se negocia con asesinos», «se vende España», etcétera.

Se alude a un hecho espurio, sin verificar, incorrecto, extrapolado o pura y simplemente inventado, que se difunde con el único propósito de intoxicar a la opinión pública, radicalizar a tu propio electorado y movilizar a las bases siempre enfrentándolas a una dicotomía donde la razón y la virtud están de su lado: «se elimina la religión de las escuelas», «ya no existe libertad religiosa», «la Iglesia está perseguida en España», etcétera.

La estrategia electoral de Rove se ha venido aplicando con gran nitidez en España en los últimos años, radicalizando la vida política y dividiendo profundamente al país de una manera insensata e irreconciliable pero como más convenía a los intereses inmediatos.

En la actualidad, las campañas electorales duran los cuatro años de la legislatura, tanto para conquistar co­mo para mantener el poder, desde el Gobierno o desde la oposición. La izquierda suele ser imaginativa diseñando campañas: el dóberman, ZP..., pero tiene grandes dificultades en mantener el pulso durante todo el período, sobre todo cuando gobier­na. La derecha, al contrario, tiene una facilidad innata en mantener la tensión y el ritmo durante la legis­latura, incluso o especialmente cuando gobierna, cuando se trasforma en la oposición de la oposición.

El objetivo es el control de la opinión pública. Como dice Chomsky, movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido. Cada uno o dos años a lo sumo se fabrica algún monstruo de primera línea del que hay que defenderse : Iba­rretxe, Carod Rovira, De Juana... Los individuos tiene que estar atomizados, segregados y solos, sometidos a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos: España, su himno, sus símbolos, su bandera, «arden fotos del Rey», etcétera.

Segmentando al electorado, prescindiendo de nuestros votantes potenciales y los del adversario, queda una franja numéricamente no mayo­ritaria pero decisoria en un proceso electoral. Es un sector virgen, sin opinión ni decisión política fundada, al que hay que llegar con todo tipo de mercadotecnia política en manos de batallones de voluntarios y empre­sas especializadas dedicadas a telefonear, enviar cartas y correos electrónicos, visitar hogares, y todo tipo de comunicación con técnicas de segmentación de mercado -microtargeting- en función de la información que se posee tras un análisis de base de datos: no puede ser el mismo mensaje para un hombre que para una mujer; para una familia que para un soltero o divorciado; para un ejecutivo, trabajador o parado; para un habitante de ciudad o de pueblo; propietario o alquilado... Se emplean millones en think tanks internacionales o fundaciones nacionales de carácter privado como la Faes o Gees.

Como explica Ignacio Ramonet, los sondeadores indagan en la conducta, las costumbres, las actitudes, y diseñan poco a poco el perfil del consumidor-elector medio, definen así a la opinión pública. Se establece una nueva forma de condicionamiento que nos influye sin hacerse notar, imágenes subliminales que se dirigen a nuestro inconscien­te y desbaratan nuestra defensa crítica. La publicidad y las técnicas de venta generan un modelo de discur­so político en un período electoral.

La sobreinformación provoca desinformación. Ramonet define la instantaneidad, espectacularidad, fragmentación, simplificación, mundialización y mercantilización como las principales características de una información estructuralmente incapaz de distinguir la verdad de la mentira. Poder económico y poder mediá­tico. Cuando se controlan los dos, el poder político sólo es el paso siguien­te, como tan acertadamente demostró Berlusconi. El aparato mediático, los megagrupos de la comunicación, se está constituyendo rápidamente (Murdoch, por ejemplo) como el soporte ideológico de un mundo globalizado .

La gente no vive necesariamente siempre de acuerdo con una visión del mundo. La gente no vota imperiosamente por sus intereses (desclasamiento), sino por su identidad y por sus valores.

Como dice George Lakoff en su teoría de los marcos, el gran logro de la estrategia de los conservadores ha sido el de estructurar todos los asuntos políticos en torno a valores básicos profundamente asentados en la mentalidad ciudadana. Cuando se oye una palabra se activa en el cerebro un marco y sólo se aceptan los hechos que encajan en ese marco. Cuando los hechos no encajan en los marcos, los marcos se mantienen y los hechos se ignoran: «ETA le pone los deberes al Gobierno», «tenemos un Gobierno mendigando una tregua», «ETA gana y recibe regalos de Zapatero», «dialogar con ETA sería un acto de cobardía sin límites, una desfachatez, una humillación». Se ignora que el hecho sea conceptualmente erróneo o que los que se escandalizan arteramente lo habían intentado en Zurich en 1999. Actualmente, está aconteciendo con el referéndum soberanista de Ibarretxe: es indiferente que el presidente declare que «no se puede hacer, no se va a hacer, no se hará»; la cuestión es mantener el marco de percepción negativo.

Jugar a la ofensiva con una forma positiva de discurso, clarificar los valores progresistas de donde se derivan las políticas progresistas, cambiar el discurso público y abandonar el lenguaje de los fontaneros de la po­lítica. En la oratoria y en la argumentación, los principios, la credibilidad y el liderazgo prevalecen sobre los programas. Los ciudadanos quieren saber lo que defiendes, si tus valores son los mismos que los de ellos, por qué principios te riges y en qué dirección quieres llevar al país. Esa es la receta de Lakoff para las largas confrontaciones electorales: crear, en definitiva, un nuevo marco conceptual. O como decía Guiddens, la izquierda tiene que dominar los temas de la derecha pa­ra ganar, asumirlos y darles una respuesta de centro izquierda. Pero en todo caso, y a pesar de todo, Karl Rove también ha perdido unas elecciones.

* Economista.

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